CECILIA

Llevaba toda la tarde en la azotea pensando en las posibilidades que brindaba el ser invisible. La más interesante sería entrar en su casa y asustar a su hermano Paco, él ya la había fastidiado con eso de ponerse sus vestidos y andar de amanerado; podría también sorprender a su padre mientras preparaba las gelatinas. Otra cosa genial podría ser el entrar tranquilamente a una tienda y robar todo lo que uno no puede comprar. Es más, podría robar un banco.
Los libros debajo de la escalera eran bien interesantes: “página 27, receta para hacerse invisible.
“Ingredientes de la poción para hacerse invisible” escribió con cursiva en la parte superior de la libreta, apenas sobre la rayita azul cielo que estaba desapareciendo de sus páginas
- Una olla grande, de preferencia negra
- Agua de panteón
- Un vasito de brandy
- Un gato negro macho, grande
- Un costal (para atrapar al gato)
- Un cucharón
“Mate al gato de un mazazo bien fuerte en la cabeza, póngalo a hervir en la olla con agua y brandy hasta que lo sienta suave y el cuero se le desprenda con facilidad…”
Había gatos, muchos gatos, los veía doblar la esquina, en el techo y corriendo por las banquetas. Siameses, moteados, blancos y tigrillos. Al gato negro lo atrapó fácil, era un bicho casero acostumbrado a los mimos. La sangre empapó el pelaje del animal, murió de tres golpes en la cabeza.
“El último miércoles de abril antes de la media noche despelleje al animal y tome la cola, póngala a hervir nuevamente, agite hasta que se disuelva y pueda notar los huesos, tome el primer hueso de la punta y limpie con alcohol, colóquelo bajo su lengua. Recite su nombre al revés tres veces hasta que el espíritu guía aparezca, cuando lo vea no tema, es importante que sea firme al contestar pues él habrá de cuestionarle: ¿Qué haces? y su respuesta debe ser: No he matado al gato. El espíritu entonces le acusará de hacerlo y usted debe negarse y continuar el diálogo hasta que el espíritu abra su mano y le muestre una figura, la cual usted debe trazar en su frente. Luego mírese al espejo y si no hay reflejo sabrá que el procedimiento funcionó. Pero si puede verse bueno… repita desde el principio ahora con el hueso que sigue al de la punta.”

La lengua se le enfriaba y un hilo sudoroso le acariciaba la espalda, el miedo le picaba por todas partes. Pulió el hueso con alcohol y abrió la boca en el momento justo en que doña Pili pegó de gritos despertando a todo mundo. Más rápido que la frase “esta chamaca otra vez” Cecilia bajó rápidamente los escalones hasta llegar a su cuarto, esquivando acrobáticamente el brazo de su padre que se estiró grotesco cinturón en mano para darle su merecido. Ya en su cama y después de tanto alboroto, cuando el silencio se coló hasta por debajo de la puerta, Cecilia se miró al espejo.
© Bea Black


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