HIGHWAY LOVE STORIES

Son quince pasos antes del lobby. Entras al lugar haciendo una estúpida pasarela, actuando como si no estuvieras tan borracho, como si no estuvieras buscando a alguien, pero todos los rostros que miras revelan el secreto que guardas descuidadamente bajo tus párpados. Así que te sientas, arrebatando cada rincón con la mirada más abierta que puedes, tal como hace todo el mundo. Por debajo del pantalón estás ardiendo en una erección que quiere, o más bien necesita desesperadamente, salvajemente joderse a alguien.
La miras, realmente lo vale (su cara lo pide a gritos). La cabeza es una maraña surrealista: ¿Estoy borracho? Ella me desea… Sonríes. Ya la ves caminando hacia ti, una amante salvaje en un club de mala muerte clavando los ojos con malicia por todo tu cuerpo. Todo lo escuchas como dentro del vaso y ahí mismo arrojas la mirada fingiendo que escuchas atentamente. Te pones de pie buscando en tu chaqueta aquello que sabes que ya no viene contigo, pero insistes tratando de tener un poco de actitud y tu rostro se pierde en una mueca absurda, como si trataras de escuchar con la boca los gemidos vagos, lascivos y grasientos que escapan de las paredes.
Te derrites a bordo de aquel asiento. La embriaguez arrecia concediendo deseos y pensamientos lujuriosos. Música de lento tempo suena en el fondo, te sientes al borde, tratando de establecer una visión que es cada vez más difusa, y no puedes más, ella te impulsa en el viaje fuerte y temerario de una motocicleta. No se puede negar que este es el famoso beso de la muerte, y se siente como conseguir la gloria.
Con tu cigarro quemándose al filo del filtro tratas de eyacular sobre la cara de la noche, sin éxito.
© Bea Black

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